Las tejas pintadas son un vestigio de la antigüedad y están dotadas, por su singularidad, de mucho encanto. En Marratxí, al igual que en otros puntos de Mallorca, tenemos la suerte de poderlas contemplar todavía hoy. Eso sí, en nuestro municipio, sólo queda una muestra, localizada en el núcleo de Marratxinet.
En la primera edición de la Jornadas de Estudios Locales, celebradas en 1995, Bonifacio Molada presentó su ponencia titulada ‘Tejas pintadas en Marratxí’, posteriormente reproducida en el libro de las mismas jornadas. Molada comienza explicando «la existencia de tejas pintadas en Marratxí sólo se limita en el edificio de Can Vador».
En su ponencia, se remonta a los orígenes de las tejas pintadas. «A partir de los siglos XV y XVI, el arte de ornamentar el vuelo de las casas se hace popular en algunos lugares de Mallorca (…). Su origen, casi seguro, lo encontramos en los voladizos de los templos griegos, en los canecillos esculpidos de la arquitectura románica y en los voladizos de la barbacana y cubiertas de artesonado del mundo islámico. El mujedarismo también posibilita el desarrollo de las ornamentaciones de voladizos en la cultura occidental cristiana. De aquí nacen las tablas de madera policromadas con ornamentaciones geométricas, los paneles cerámicos de relieve y los ‘socarrats’ valencianos. Según Coll Conesa, con los ‘socarrats’ valencianos (mostrador de barro de forma rectangular y de tamaños varios) nacen la teja pintada mallorquina, el ladrillo pintado de la Cataluña central y los baldosas (ladrillos de volada) del Rosellón».
Molada recurre a Coll Conesa para referenciar que las tejas pintadas en Mallorca vivieron «el máximo esplendor entre los años 1750 y 1800 y durante la primera mitad del siglo XIX. En la segunda de este siglo la decadencia es total».
En cuanto a la finalidad del pintado de las tejas, el autor del estudio comenta que «la construcción de la casa siempre ha sido tenido, por todos los pueblos, como un asunto de gran trascendencia, donde se practican un gran número de ceremonias durante la ejecución de las obras, la mayoría de las cuales tienen un carácter cultural. Por ello, no es de extrañar que hubiera unas tradiciones entorno del tejado, donde cruces cumbreras, tejas pintadas, como expone Coll Conesa, fueran posiblemente parte integrante del rito de coronación, cubrición o coronamiento de la casa. Coll Conesa nos cuenta que las tejas se pintaban a pie de obra. La teja se empapaba y después se introducía hasta 2/3 de su longitud en un mortero con cal de encalar, por la cabeza ancha o por la estrecha, según tuviera que ir a la volada como teja de barba (lado cóncavo) o regadera (convexo). Esta operación podía ser repetida hasta que la cal apoyo del pigmento tuviera un grosor considerable. Después, cuando la cal tenía un cierto cuerpo, se pintaba con pigmentos disueltos en agua (tierra de almagre para el color rojo, carbón picado para el color negro y óxido de cobre para el color verde). A continuación, se iban colocando al vuelo a medida que se pintaban. La decoración se creaba sobre la teja cocida, tal como salía del obrador. Se pintaba en el suelo».
En el caso de Can Vador, casa urbana situada en el antiguo núcleo de Marratxí -hoy Marratxinet-el vuelo está formada por una fila de tejas de barba encalladas que sobresalen de la pared por el extremo ancho. «Una data de 1809. Todas las tejas están pintadas por el lado cóncavo. Solo una de ellas, encontrada en un cabecero de la casa en 1993, está decorada por el lado convexo».
Aún se conservan unas tejas pintadas formando composiciones de dibujos, de color rojo, con motivos vegetales, variadas escenas de la vida cotidiana, representaciones religiosas y también otros de oscura interpretación. Estas tejas reciben el nombre de ‘tejas pintadas’ o ‘tejas de moro’.