El “ball de bot”: Una tradición que hace vibrar Marratxí

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Las plazas de Mallorca se llenan cada fin de semana de balladors. Desde fuera, para quienes no están acostumbrados a esta práctica, parece que solo dan saltos, pero en realidad estos pasos son cientos de combinaciones llamadas punts. Hablamos del ball de bot, un conjunto de danzas y músicas tradicionales que tienen su origen en los ritmos y estilos que llegaron a la isla desde la península Ibérica a lo largo del siglo XVIII, y que, con el tiempo, se fusionaron con elementos locales para dar lugar a una expresión cultural propia y arraigada en la identidad mallorquina. Hoy en día, gracias al trabajo de balladors, escuelas y asociaciones de Marratxí y de toda Mallorca, esta tradición sigue muy viva.

El “ball de bot” a lo largo del tiempo

También conocido como ball de pagès por su fuerte arraigo en las zonas rurales durante el siglo XIX, durante muchos años fue una de las pocas formas de ocio en las comunidades campesinas, y parte fundamental de los momentos importantes de cientos de vidas. La llegada de los llamados balls d’aferrat entre las clases acomodadas hizo que el arraigo del ball de bot en el mundo rural se acentuara aún más.

Es en ese contexto que se consolida también el concepto de vestit de pagès, el estándar de la indumentaria tradicional mallorquina, que se usaba tanto en la vida cotidiana como para bailar. Este vestuario sigue utilizándose en muestras y exhibiciones, y acumula una gran carga simbólica y cultural.

“Existía el ball casolà y el ball públic. El primero se hacía después de una boda o tras una jornada en el campo. El segundo tenía lugar en las plazas durante las fiestas patronales. El primer baile estaba reservado a quien había pagado más en una subasta. De ahí se inspiran las ballades actuales”, explica Bernat Cabot, fundador de la asociación Aires des Pla, la más antigua de Marratxí, constituida en 1979 y con un papel relevante en la historia del municipio. Actualmente, cerca de un centenar de personas —entre balladors y sonadors— forman parte de esta agrupación.

El ball de bot conservó su popularidad hasta bien entrado el siglo XX, gracias a su presencia en zonas rurales y al apoyo de la Iglesia, que era reticente a los balls d’aferrat por la proximidad entre las parejas. Fue entonces, con la llegada de ritmos americanos y anglosajones como el cha-cha-chá, cuando el ball de bot dejó de formar parte del ocio juvenil, independientemente de su origen social o entorno, incluida la pagesía. “De forma puramente testimonial, la supervivencia del ball de bot quedó en manos de las agrupaciones folklóricas, asociaciones dedicadas a rememorar el baile, la música y la indumentaria del siglo anterior en espectáculos”, según explica Antoni Bibiloni i Riera en el artículo “Els balls populars a Mallorca” de la revista Caramella.

Una tradición viva

Hoy en día, el ball de bot está cada vez más presente en la vida de los marraxtiners. Se ha extendido, por un lado, con las mostres de ball —exhibiciones con indumentaria tradicional— y, por otro, con las ballades populars en las plazas, en las que puede participar cualquier persona vestida de calle. “El estigma de que el folklore es rancio o aburrido está desapareciendo a pasos agigantados. Esto es gracias a un colectivo joven espectacular, de entre 12 y 25 años”, explica Mariona Luis, presidenta de Pinta en Ample. “No solo en nuestra asociación —que también—, sino también en las ballades, se ve a jóvenes felices de bailar. Todo esto está muy ligado a los orígenes, la identidad y las raíces. Es gente muy comprometida con la cultura”. Esta asociación fue fundada en 2025 por tres amigas: Antònia Barceló, Joana Maria Gelabert y Mariona Luis Tomàs, con el objetivo de acercar el ball de bot a todo el mundo a través de sus clases en el Pla de na Tesa. Entre sus proyectos destaca la colaboración con Amiticia, gracias a la cual personas con diversidad funcional también aprenden a bailar. “Todo el mundo puede bailar ball de bot. Cada uno botará más o menos, pero lo más importante es disfrutar. Al final, solo se trata de levantar los brazos y sonreír”, añade Luis.

Una actividad intergeneracional 

Para Victor Penalva, profesor de la Escoleta de Ball de Bot des Pont d’Inca, “el aprendizaje también es un proceso que se da como una convivencia intergeneracional. El ambiente que se respira es muy acogedor”. Fundada por Francisca Ribot hace casi 20 años, esta pequeña escuela cuenta con el relevo de Penalva, que reúne a una treintena de personas de distintas edades dos veces por semana en el local des Pont d’Inca.

Las ballades sirven para reforzar la cohesión social y cultural. Más allá de preservar la tradición, son “un pilar fundamental para impulsar el uso oral de la lengua catalana”, según explican los portavoces de la asociación Es Raiguer, de Marratxí. Un grupo de jóvenes formado en octubre de 2014 que, desde entonces, reinterpreta y difunde por toda Mallorca la música y el baile folklórico, con temas propios y versiones de los tradicionales. Los bailes que ofrecen son característicos de la zona del Raiguer, ya que conservan algunos boleros de las escuelas de los antiguos maestros de Marratxí. Durante su trayectoria, se han encargado de rescatar archivos particulares con partituras de melodías antiguas y “han recopilado piezas que solo recordaba la gente mayor”, según cuentan algunos miembros del grupo.

No hay baile sin música

Las ballades y las mostres no serían posibles sin los músicos, que ponen la banda sonora a cada encuentro. En Marratxí, hay dos grupos destacados que participan activamente y coinciden en que la música tradicional no decae con el paso del tiempo.

Terra Rotja es un grupo formado por cinco amigos de Pòrtol que comparten la pasión por la música tradicional. Desde 2010, llevan la percusión, los acompañamientos de guitarra, la flauta tradicional y el bajo por toda la isla. “Este año ya hemos hecho más de veinte actuaciones y hemos superado con creces las del año pasado. Eso es señal de que hay cada vez más ballades”, comenta, satisfecho, Jaume Coll. Su repertorio incluye temas propios que aportan un aire fresco y alegre a cada actuación.

Por otro lado, Engalba lleva doce años haciendo sonar su música. Con una trayectoria consolidada, han sido testigos de cómo, con el tiempo, hay cada vez más jóvenes interesados en la música tradicional. “Tenemos que estar contentos”, dice Pedro Font, uno de los integrantes, que se muestra orgulloso de formar parte de este relevo generacional musical.

Todas las entidades, ya sean de balladors o de sonadors, tienen un papel destacado en el tejido social y cultural del municipio. Todas las asociaciones y escuelas participan activamente en los actos oficiales y en las fiestas de Marratxí, como la Fira del Fang y las Festes de Sant Marçal, en las que cada vez hay más público, pero también más personas que se animan a bailar.