Joan Miró y su amor por los siurells de Marratxí

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La proximidad entre los siurells y la obra mironiana es evidente para cualquiera que compare sus lenguajes. Estas figuras emplean una paleta mínima pero intensa, con rojo, verde y a veces negro sobre un fondo blanco calcáreo. El pintor adopta un vocabulario cromático similar. El blanco funciona como espacio de respiración, el rojo actúa como estallido y el verde introduce un acento vital. Son colores que nacen de la tierra y del juego, no de una teoría.

En el silencio luminoso del Taller Sert, en Cala Major, a menudo había un objeto que parecía pasar desapercibido entre pinceles, telas y cerámicas. Era un siurell. Pequeño, blanco, con manchas rojas y verdes sobre la cal. Un juguete popular al que el artista prestaba una atención especial, como si en lo humilde reconociera un conocimiento antiguo. “Los observo constantemente… Tienen para mí una importancia extraordinaria”, confesaba en una entrevista. No era una frase retórica. Para él, cada figura tenía una fisonomía propia, una pequeña alma.

La presencia de estas piezas modeladas en Sa Cabaneta lo acompañó durante décadas. Estuvieron en sus estudios de Mont-roig, de París y de Mallorca, integradas en su entorno creativo. Mientras la modernidad tendía a despojar al arte de ornamentaciones, el autor encontraba en el siurell una síntesis esencial de tierra, color y espíritu popular.

Desde joven observaba con interés las llamadas artes primitivas, como las kachinas norteamericanas, las máscaras africanas o las figuras precolombinas. Su fascinación residía en la simplicidad del símbolo y en una expresividad que no exigía explicaciones. Al llegar a Mallorca, esa búsqueda encontró un aliado inesperado en un juguete que las mujeres artesanas de Marratxí llevaban siglos modelando.

En la Fundació Pilar i Joan Miró de Palma se conservan ejemplares procedentes de Sa Cabaneta que formaron parte de su vida cotidiana. Las consideraba figuras vivas, “ninots” con carácter, capaces de conservar una presencia casi ritual. Para el pintor, el siurell no era un simple objeto infantil que se sopla, sino un pequeño tótem mediterráneo.

Aunque se produjeran cientos, cada uno tenía para él una actitud única y una expresividad propia. Esa percepción revela un vínculo profundo. No veía en el siurell una artesanía en serie, sino un retrato popular de la imaginación humana, espontáneo, directo y lleno de energía.

Original title: Joan Miró – Theatre of dreams 2008 © Licensed by Poorhouse International

Un puente entre arte popular y arte universal

Más allá de la paleta, también compartían una gestualidad particular. Los siurells levantan brazos en forma de cuernos, abren ojos circulares e insinúan bocas diminutas. Las pinturas del artista mantienen esa misma economía de signos, con estrellas, pájaros y seres que oscilan entre el símbolo y la ingenuidad. Se diría que ambos habitan una iconografía arquetípica que conecta lo infantil, lo ancestral y lo cósmico.

Para el creador, las figuras populares eran una puerta a la inocencia original del acto creativo. En ellas encontraba una libertad que no necesitaba justificarse, una forma de arte anterior a las convenciones del gusto o del mercado. Los siurells eran, en cierto modo, el espejo mediterráneo de las kachinas, máscaras y figuras arcaicas que coleccionaba desde los años veinte. Objetos que condensaban la fuerza del gesto y que lo acompañaron durante toda su trayectoria.

Aquella fascinación no quedó en una simple observación. Se convirtió en una colección personal que viajó con él de estudio en estudio. Algunos ejemplares estaban sin pintar, porque veía en la arcilla desnuda una forma más pura de creatividad.

Junto a estas figuras conservaba recortes de prensa sobre artesanos mallorquines. Entre ellos destacaba una noticia dedicada a l’amo en Felip y Madò Bel, matrimonio de Sa Cabaneta, que pasó más de medio siglo elaborando siurells de manera manual. El texto subrayaba su defensa de la tradición y su rechazo a las piezas hechas con moldes industriales. El artista archivó aquel recorte como si fuera un documento creativo más.

No sorprende que los siurells hayan tenido una presencia discreta pero constante en las exposiciones dedicadas a su obra. En 2022, la Fundació Joan Miró de Barcelona presentó Miró: El legado más íntimo, donde se mostraron algunos de los objetos que formaron parte de su vida. Entre ellos figuraban varias piezas mallorquinas. Pequeñas, frágiles y esenciales para comprender su mirada.

El pintor contribuyó a que el siurell cruzara la frontera entre folclore y arte universal. Lo hizo sin separarlo de su origen. Para él, representaba una escala mínima de la escultura mediterránea. Era una forma de recordar que la creación puede nacer en un taller humilde, en manos que conocen la tierra y el gesto preciso. Un objeto que conserva la respiración del barro y la imaginación infantil.

Marratxí, por tanto, no es solo un punto geográfico en esta historia. Es el origen material de un diálogo artístico que llegó muy lejos. De esas manos femeninas que modelan el barro y soplan vida surgió un símbolo que acompañó a uno de los creadores más influyentes del siglo XX. Un símbolo que él supo comprender como pocos.

Hoy, cuando un visitante entra en cualquier taller de siurells de Marratxí, encuentra figuras que no han perdido su aire de infancia ni su esencia arcaica. Siguen siendo juguetes, adornos o recuerdos, pero también forman parte de un legado cultural que conecta lo popular con lo universal.