Su nombre está indisociablemente ligado a la cultura popular de Mallorca. Tanto es así que imparte talleres y conferencias en la isla y fuera de ella, incluso en Italia. De su capacidad de escuchar a los demás deriva el amplísimo conocimiento que tiene de nuestras tradiciones y de nuestra cultura. Vive en el Pont d’Inca y confiesa que a Marratxí le falta cohesión entre sus núcleos. Hablamos de Francisco Vallcaneras.
-¿De dónde le viene el interés por estudiar la cultura popular?
-Siempre me ha gustado el trato con la gente y muchas veces, sobre todo a través de las personas mayores, conocías historias fantásticas. Estas personas, como de hecho todo el mundo, necesitan alguien que las escuche, y yo lo hacía con mucho gusto. Tenía una abuela en Ciutat y otra en Alaró, y con ambas pasaba muchos ratos escuchándolas. Para mí era fantástico, porque yo siempre he sido una persona curiosa por saber nuevas cosas, y ya lo dicen que la curiosidad mueve el mundo. Siempre les preguntaba por qué. Por otra parte, todos necesitamos una manía, una quimera, una pasión. La mía ha sido ésta, y así, poco a poco, una cosa me llevó a otra y hasta aquí…
-… Hasta convertirse en uno de los grandes expertos de la cultura popular y de la cultura tradicional de Mallorca. Por cierto, en este sentido, usted dice que no debemos usar ambos términos (popular y tradicional) como sinónimos. ¿Por qué?
-Hay diferencia, y es fundamental, porque hay cosas que son populares y no son tradicionales, y hay cosas que son tradicionales, pero no son populares. Un ejemplo: cualquier famoso de la televisión es muy popular, pero no es tradicional. En sentido contrario, si tuviéramos que pedir como comienza la tercera estrofa de la Sibila, que es un hecho muy tradicional, muy poca gente nos lo sabría decir; por tanto, es tradicional, pero no es popular. Durante muchos años, ambos conceptos estuvieron unidos, pero ahora ya no. Las cosas cambian: hasta hace unos 40 años la cena de Dissabte de Nadal como tal no existía; la tarde de Navidad, de hecho, creo que era la tarde que se cenaba peor, porque toda el trabajo que en aquel tiempo hacían las mujeres era para preparar la comida del día de Navidad, y además las familias se preparaban para ir a Matines . Y no debemos olvidar que hasta los años 20 o 30 del siglo pasado, el Dissabte de Nadal era día de ayuno y abstinencia.
-Aquí quería ir, al peso de la religión sobre muchas celebraciones actuales.
-Tiene un peso total, absoluto, sobre el calendario de la vida religiosa (obvio) y también sobre el calendario de la vida cotidiana. Todo lo marcaba el calendario litúrgico, casi no había fiestas laicas, cuando hoy celebramos la Constitución, el Día del Trabajo… Había, eso sí, muchísimas fiestas de precepto. El clima y, sobre todo, el calendario religioso marcaban la ruta de toda tu vida. Por ejemplo, fuera de la iglesia, cuando tenías siete u ocho años y sin que nadie te lo tuviera que recordar, sabías cuando tenías que sacar las canicas (en primavera), cuando tenías que volar cometas (en verano), cuando tenías que jugar con la peonza (un poco más tarde). Esto funcionaba, porque entonces no había tanta prisa de vida, la vida se vivía…
-¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
-Antes estaba dentro de un sistema de vida muy precario, pero mucho más tranquilo. Las relaciones humanas eran muy probablemente mejores hace cien años que en nuestros días. Se dejaba la llave en la puerta en todo momento. De hecho, se decía: «Vale más un mal vecino que un buen pariente». Hoy, ¿cuántos vecinos no saben que tienen en el piso de abajo? El precio a pagar por tener los avances de que disfrutamos ha sido alto: por ejemplo, hoy los niños no juegan, sino que tienen maquinitas que juegan por ellos. Además, estas maquinitas suelen llevar juegos violentos o competitivos, y si son competitivos ya no se establece la camaradería en el juego. Se ha perdido la creatividad, cuando antes con una caja de zapatos te podías imaginar lo que quisieras.
Por otra parte, desde el punto de vista del folklore (por cierto, una palabra a reivindicar), conoces otros folcloristas, investigadores, y alguno té suelta: «Aquel tiempo, las noches por campos escuchabas el flautín de un pastorcillo que guardaba ovejas… «. Y yo digo, nada de nada: esto quiere decir que aquel pastorcillo tendría siete u ocho años, trabajaba para supervivencia, con mucho frío por la noche y una ola de calor en verano. La mortalidad infantil era inmensa; las personas, con 50 años, ya eran viejas, viejas. Sinceramente, yo prefiero que el campesino tenga su tractor y trabaje con los auriculares puestos…
Era una época terrible: a veces, nos quejamos del turismo, que se malentendió desde el comienzo, y hemos destruido el país por el turismo, pero si no hubiera sido por el fenómeno turístico no sé qué hubiéramos comido, cómo habríamos sobrevivido. Mallorca, como todas las islas mediterráneas, no se puede autoabastecer nunca, y sufría mucha miseria, hambre, enfermedad, gente que se iba a América o a Francia. Basta leer al Archiduque o a George Sand. Si hubiéramos empezado con el turismo equilibrado hace 150 años, ríete tú cualquier otro destino. George Sand lo dijo de manera inmejorable: «Mallorca es como la verde Suiza puesta bajo el sol de Calabria con la tranquilidad de Oriente».
Pero aquí siempre hemos confundido los verbos ser y estar. Entre ser mejores y estar mejor, siempre hemos preferido estar mejor. En mi opinión, nos ha faltado una burguesía que se preocupara de Mallorca. Mira Barcelona, un hombre con muchos de millones encarga el Parque Güell, otro, La Pedrera … Aquí, en cambio, miraban quien compraba el barco más grande.
-¿Como situaríamos Mallorca desde el punto de vista de la cultura popular?
-Mallorca es la isla mediterránea que hace siete en tamaño, es una isla pequeña. Es un mundo pequeño, con la frontera más definitoria que puede haber, el mar. Así es que históricamente, siempre, hemos tenido que depender de lo que venga de fuera. Ninguna isla mediterránea genera cultura popular por sí misma, ni la más pequeña (Formentera) ni la más grande (Sicilia). Todo ha tenido que venir de fuera. Cuando ha habido un cambio, primero llega en el continente, y luego aquí. Nadie te puede decir un solo rasgo característico de nuestra cultura tradicional que no se repita en otros rincones del continente.
-Y de Marratxí, ¿qué podemos destacar también desde el punto de vista de cultura popular?
-Últimamente, se ha aglutinado en torno a las ferias (como la del Fang). Cada núcleo tiene sus fiestas. En Marratxí no tenemos una celebración única, excepción hecha de Sant Marçal, que celebraba un tiempo la romería más popular y concurrida de Mallorca. No es de extrañar si tenemos en cuenta que es el santo invocado contra el dolor. ¿Y cuál es el mal más arraigado en Mallorca? El dolor o reuma. Marratxí tiene una gran diferencia, y es el gran número de núcleos de población, el más alto de Mallorca. ¿Cuánta gente vive ahí? Unos 5.000. ¿Cuántos duermen? 30.000. El problema es que la proximidad con Palma y la dispersión de los núcleos nos dificulta mucho tener ser una tribu, tener un sentimiento de pertenencia, de cohesión. Primero: los núcleos están diferenciados. Segundo: la mayoría de estas urbanizaciones están habitadas por personas que ni tiene idea de Marratxí ni piensa en su lengua ni habla en su lengua… De todos modos, lo que sí percibo es que cada vez hay más conciencia que somos de Marratxí, administrativamente hablando. También la había, de hecho, con los cuatro núcleos más importantes hace cien años: Pòrtol, Sa Cabaneta, Pont de Inca y Pla de na Tesa.
-Usted es un observador nato. ¿Cómo ve Marratxí a día de hoy?
-Estoy esperanzado en que Marratxí llegue a tener una cohesión mucho más fuerte que la que tiene ahora, que los marratxiners se sientan orgullosos del núcleo donde viven, por supuesto, pero además de eso deberían asumir un grado más y pensar en la fuerza muy superior a la actual que tendría Marratxí si todos nos uniéramos.